El Día de la Shoá, o Día de recuerdo del Holocausto, según la Cronología X-185

Basado en la Nueva Cronología de Fomenko y Nosovskiy

Andreu Marfull Pujadas
20 de enero de 2020

Desde el año 1959, en Israel se conmemora el Día de la Shoá, o Día de recuerdo del Holocausto. Se celebra cada 27 del mes de Nissan (el primer mes del actual calendario hebreo). Desde el año 2005, la Asamblea General de las Naciones Unidas decide celebrar el Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto, pero en el día 27 de enero, el primer mes del calendario Gregoriano cristiano. Como se puede observar, desde múltiples conflictos sin resolver o mal resueltos, incluso tras la declaración de la independencia del Estado de Israel de 1948, las heridas se están cicatrizando, pero todavía queda mucho recorrido hasta comprender la magnitud de la tragedia. La tragedia es mucho mayor de lo que el sentido común refleja, debido a la manipulación de la historia del pueblo judío, es decir, de los textos sagrados y de la historia oficial que los ubica en un pasado mítico, irreal. Y, toda esta gran distorsión impacta, directamente, en las raíces de los poderes de Europa y el Vaticano. Nada es lo que parece, hasta límites insospechables, cuando se reconstruye la verdadera historia que hay detrás. Y en esta historia no hay buenos ni malos, sencillamente hay una gran humanidad, más trágica, cruel e impactante, a la vez que racional, que se debe abordar, guste o no guste.

Es necesario rehacer la historia, y saber lo que realmente ocurrió. Aquí se realiza una reconstrucción, que es el resultado de una sentida investigación. Quien desee conocerla debe leerla primero y, luego, valorarla. Si no se hace así la malentendida conciencia histórica oficial no le permitirá tolerarla, por todo lo que se afirma, nada más empezar.

En el siglo diecinueve aparece el sionismo político, y en el veinte el Estado de Israel. Correcto. Pero el Reino de Israel no se desmanteló hará dos mil años, ni debe entenderse su origen en mil años antes de Cristo. No ocurrió así. El Israel judío fue un proyecto que tiene sus orígenes en el siglo quince, que tiene su mayor florecimiento en Occidente, pero sucumbe en el siglo diecisiete, y se lo hace desaparecer de la conciencia colectiva en el siglo dieciocho. Por esta razón el sionismo renace en el siglo diecinueve y el Estado de Israel aparece en el veinte.

No hubo Reino de Israel, sino de un único Dios, y éste se estableció en el siglo quince en la forma de un imperio en el que reinó la Casa de Salomón, del Preste Juan de las Indias. Antes, el pueblo judío no tiene conciencia de ser judío, tal como hoy la tiene, del mismo modo que todas las naciones cristianas apenas empiezan a existir como tales. La expulsión de los judíos sefardís de España no tiene lugar en el siglo quince, ni las famosas disputas teológicas entre judíos, mahometanos y cristianos se dan en el siglo trece. Las disputas empiezan en el siglo diecisiete, y no hay expulsión judía. Tiene lugar una crisis geopolítica a gran escala entre los siglos diecisiete y dieciocho, que recompone los poderes y la cosmovisión hasta entonces establecida, en la que los judíos son una pieza fundamental, en especial en las órbitas cristiana, turca y egipcia. Pero todo cambia, y con los cambios todo adquiere otro sentido. Se diseña el proyecto evangelizador cristiano, en un proceso en el que participan los poderes judíos, pero no todos, y se crea un conflicto sin precedentes que, en el siglo dieciocho, conduce a la necesidad de transformar la historia, sus calendarios y toda la documentación oficial para que tenga efecto. Los textos sagrados, que ya han sido transformados en una epopeya dilatada en el tiempo y se han enviado al pasado, también mutan. El último episodio es un Nuevo Testamento renovado, y la profecía del Apocalipsis, que le pone fin. En el Apocalipsis se deja el testimonio de esta gran manipulación, y se exponen sus razones, tal como aquí se descifra.

Esta es la verdadera historia a la que hay que volver.

Mediante el análisis astronómico, estadístico e histórico, y métodos de datación alternativos a los comúnmente utilizados, la Nueva Cronología de Fomenko y Nosovskiy ha desarrollado el fundamento de una reconstrucción integral del mapa cronológico oficial, que permite dotar de un nuevo significado al constructo histórico y, complementariamente, explorar la lógica de su origen y de su sucesiva manipulación hasta aparecer en la forma en que nos ha llegado. Su trabajo identifica múltiples pruebas y evidencias que indican que existen razones para dudar del rigor y la veracidad del mapa cronológico oficial hasta el siglo diecisiete (y en algunos casos hasta los siglos dieciocho y diecinueve), poniendo en duda el sentido y el significado de toda la historia escrita hasta entonces. Resultado de este trabajo, se concluye que la historia realmente documentada es mucho más breve, de modo que se ha dilatado artificialmente. La historia de la civilización humana tiene apenas un milenio, y los textos sagrados de las grandes religiones se refieren a hechos ocurridos en este espacio temporal.

Con un simple vistazo se pueden observar parte de las evidencias que Fomenko y Nosovskiy han descifrado, a través de la reflexión crítica de determinados anacronismos históricos, a los que la línea X-185 se ha añadido incorporando nuevos elementos, relacionados todos ellos con el texto bíblico y el pueblo judío, que hace florecer en el imaginario de la Edad Media. De hecho, la lógica de las reflexiones que se desprenden de sus propias incoherencias debería ser suficiente, pero no consiguen encajar en la conciencia científica por la lógica de la historicidad consensuada, que la razón humana acepta sin cuestionar sus debilidades, y, consecuentemente, no se introduce en la conciencia colectiva.

La Nueva Cronología de Fomenko y Nosovskiy, con la aportación de la línea X-185, ayuda a comprenderlo. El éxodo, la diáspora, el genocidio y la reconstrucción de Israel es el hilo de Ariadna de la Cronología X-185.

Esta es la contra-historia del Holocausto, del Apocalipsis y de la lucha del pueblo de Dios, el gran Israel:

 

La reconstrucción del verdadero Reino de Israel

Tal como descifra la Cronología X-185, la respuesta a la autoridad judía está en el significado real del Arca de la Alianza que se estableció entre Dios y la Humanidad, tras una ardua guerra (o gran diluvio) en el Templo que se erigió en nombre de la sabiduría dando la bienvenida a la “paz sagrada” de un orden, asimilado a la voluntad de Dios, que todavía debía profetizar “sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes” (Apocalipsis, cap. 10).

De un modo resumido:

Y, de un modo más extenso, en lo concerniente a Occitania:

Oficialmente, Occitania fue el punto de encuentro entre las expansiones árabe y cristiana en Occidente, en que el pueblo o comunidad judía aparece de un modo confuso, al venir sin un brazo militar y sacerdotal aliado asociado a un imperio o nación. Este inicio se comprende entre los siglos ocho y nueve después de Cristo. Extraoficialmente, allí se instauraron unos poderes provenientes de Oriente, y con ellos la comunidad del pueblo judío, proveniente de Egipto, que se benefició de un pacto o alianza que incluyó la tolerancia religiosa y permitió el desarrollo económico y el auge de la ciencia (el Arca con las Tablas de la Ley). Fueron los Exiliarcas de Babilonia. Los judíos fueron enviados allí, guiados por Musa Ibn Nusair (Musa significa Moisés, y era el caudillo general de los ejércitos de Egipto) para instaurar el orden del Sello de Salomón y la ley de Dios, al que debían venerar y proteger de otros cultos o devociones. Inspirados por esta misión, los judíos adoptaron de ella su identidad. Incluso, las historiografías árabe y cristiana medievales reconocen que Musa trajo consigo las Tablas de Salomón, siendo este un episodio que la academia de la historia ha convertido en un anacronismo, transformándolas en una mesa (tabla con patas), de Salomón, que se dice se escondió en Toledo. Las equivalencias son múltiples, e incluso es en esta época que se sitúa en esas tierras a la María Magdalena provenzal, asimilándola a otro pacto: un matrimonio que representa una alianza para la gloria del cristianismo real. La alianza existió, fue liderada por Moisés y representó al nacimiento del pueblo de Israel, en Occitania.

Ciertamente, los textos sagrados (que son una recreación de la realidad enviada al pasado) nos dicen otra cosa, y nos ubican en un pasado mucho más remoto, siendo en realidad más cercano de lo que narra la mal llamada ocupación sarracena de Iberia. Pero, estos hechos, según la Cronología X-185, deben comprenderse en el imaginario oficial del siglo trece, cuando se reordena medio mundo, especialmente en Oriente. Este pacto o alianza habría sido protagonizado por la autoridad judía, quien se habría asentado en Occidente proveniente del entorno de Natolia (o Anatolia), el Mar Negro y Egipto, al formar parte de la creación del Templo de Salomón, de la sabiduría, que habría labrado un puente entre Oriente y Occidente, tras la ocupación tártara o mongol de Asia y su intrusión en el corazón de Europa. El Arca simbolizaría este nuevo Templo, y desde entonces se custodiaría en Etiopía, en el Alto Egipto, creándose para su protección la figura del Preste Juan de las Indias, que en realidad sería la recién creada Casa imperial de Etiopía, descendiente de los reyes Salomón y Saba, en el año oficial de 1270.

De acuerdo con esta reconstrucción, el Arca de la sabiduría y de la paz sería un proceso que se impondría en el siglo quince, siendo un escenario histórico que habría que entender en el contexto del siglo trece oficial. Este escenario coincidió con:

La ocupación mameluca representa el retorno de la expansión mongol/tártara a Tierra Santa, de donde procede el poder original, después de haber tomado posesión de Eurasia, incluyendo China y la India persa, llegando en sus expediciones hasta el Japón y el continente americano. Allí, en Egipto, se toma el control del imperio y se establece un ejército sagrado que perdurará hasta tiempos de Napoleón. Dos ciudades lideran el renacido Egipto, Babilonia y Alejandría, y diversas ciudades sagradas se implantan en el resto del imperio. La historia antigua lo asimila a la ocupación babilónica de Egipto, mientras que la historia medieval lo asimila a la ocupación mameluca (en lo concerniente a Egipto) y a la incursión mongol. A su vez, la historia asimila la expansión del cristianismo por Asia a la evangelización nestoriana, bajo la dirección del Preste Juan de las Indias, dejando grandes anacronismos, ya que al Preste se lo asimila tanto a los nestorianos como a los mongoles.

La ocupación mongol de Bagdad sienta las bases del poder persa que se establece allí desde entonces, y perdura hasta la actualidad bajo la forma de la autoridad chiita iraní.

La alianza entre los turcos de Nicea y los genoveses de 1260 oficial (equivalente al 1445 real, según la línea X-185) representa el resultado de un tratado de paz que se simboliza en el Arca de la Alianza, tal como ha quedado escrito en el capítulo 11 del Apocalipsis. Hasta cinco veces aparece la cifra 1260 en este libro, y dicho capítulo culmina con la aparición del Arca, con un especial significado. El 1260 representa el año del borrado de un libro anterior, que sería la historia real, bajo el testimonio de dos agentes, que según el Apocalipsis predican. Es decir, se nos dice que el Arca es un pacto entre dos cortes, que serían la mahometana y la cristiana. La primera honoraría al nuevo emperador mongol, Mahoma, y la segunda a un renacido emperador greco-egipcio original, Cristo. Y ambos serían un mismo linaje (Abraham). Por esta razón en el capítulo 11 se habla de una resurrección, siendo el retorno de la autoridad de Cristo, que nace literalmente en el Capítulo 12, inmediatamente después de la llegada del Arca “del templo de Dios”. Y esta resurrección, en la tradición medieval, aparece con el icono de María Magdalena, que se asocia a la mujer del Apocalipsis que infanta al niño que gobernará el mundo y despierta la furia de la “bestia”.

Pero, realmente, dicho icono se relacionaría con una princesa india, hija del Preste Juan, que casaría con un caballero de Occidente y simbolizaría este pacto y el nuevo Reino de Dios. De este modo, el Arca y el ungido, Cristo, asociados a Salomón y a María, se implantan con fuerza en Provenza representando a los poderes de Dios y de su sabiduría, naciendo con ellos el papado de Aviñón, que es el guardián de las dos llaves de este testimonio (el Arca), y de donde procede el gobierno de la Orden del Templo de Salomón. 

Entendido esto, se comprende por qué nace en 1270 el linaje de Salomón y de Saba en Etiopía. Allí se traslada el Arca. Ellos son el poder del Preste Juan, y de ellos son vasallos los seguidores de Cristo y de Mahoma, cuyo elemento neutral son (de acuerdo con esta lógica) el pueblo judío, garante del secreto de este Arca, que se encargan de proteger por voluntad de Dios. Este orden se mantiene hasta el siglo diecisiete, momento en el cual se transforma en el proyecto mesiánico de Cristo. Debido a ello, el pueblo judío se ve sometido a su estigmatización y se le obliga a cristianizarse, en una persecución que incluye la destrucción de la autoridad cátara (cristianos gnósticos) y la definitiva mutilación de los templos politeístas greco-romanos y egipcios. El Preste desaparece y en su lugar nace el Papa de Roma, aunando los símbolos de la doble llave del Arca (proveniente de Aviñón) y los del Preste (la Triple corona y la Triple cruz). A su vez, se mantiene el linaje de los emperadores de Etiopía y la iglesia copta custodia el Arca de la Alianza en Axum, preservándola allí como un anacronismo histórico desubicado del sentido común, e ignorada por las cortes sacerdotales judeo-cristianas. Pero el secreto se mantiene en este reparto de poderes. Por esta razón, en el año 2004, el emperador etíope destronado, Zara Jacob, funda la Orden de Santa María de Sion en Etiopía, después de la publicación de la famosa novela El código Da Vinci de Dan Brown en 2003, que se hace pública tres años después de la muerte de Pierre Plantard, quien se definió como el último descendiente merovingio de María Magdalena, según la tesis del Priorato de Sión francés que surge de unos misteriosos documentos encontrados en Rennes-le-Château, al inicio del siglo veinte. Y, por la misma razón, dichos emperadores nunca se han dejado de significar como guardianes del Arca. Su Alteza Imperial Zara Jacob instituye la Orden Imperial del Arca de la Alianza, y en ella da el significado de su “sello”, siendo una evidencia de su sentido apocalíptico (los sellos del libro de la profecía, donde cada sello es un pacto con Dios). Dice:

“La leyenda del maravilloso sello lunar que Salomón recibió del cielo, es común al cristianismo, al judaísmo y al islam. El Sello de Salomón, que tiene su base en el suelo y cuyo ápice llega al cielo, simboliza la armonía de los elementos opuestos; su significado es a un tiempo múltiple y pluricultural. Refleja el orden cósmico, los cielos, el movimiento de las estrellas en sus esferas propias, y el flujo perpetuo que se establece entre el cielo y la tierra, entre los elementos aire y fuego. El Sello, por lo tanto, representa la sabiduría sobrehumana y el gobierno por gracia divina. No es impropio llamar al hexagrama del Sello la estrella de David”. (Escudero y Díaz-Madroñero et Montells Galán, 2007)

La estrella de David es el emblema del Sello de Salomón, del Arca, que se convierte en el emblema del sionismo político judío, desde el Primer Congreso Sionista de 1897. Antes, sin embargo, se apropia de él la Casa imperial etíope en 1874, al crear la Orden del Sello de Salomón, cuatro años después de la capitulación del Papa, cuando pierde el dominio de los Estados Pontificios ante el rey Víctor Manuel II de Saboya. Anteriormente, este sello se difunde por la comunidad árabe y los judíos cabalistas, como Sello de Salomón, con el mismo significado que se le da en el texto anterior. Es decir, se trata de un símbolo competido por el sionismo judío y el Imperio Etíope, relacionado con un pacto común, que en nombre del “sionismo” francés se ha relacionado con María Magdalena. 

Por esta razón, la Aviñón papal nace en el 1271 oficial, un año después que la Casa imperial etíope. Este episodio coincide con la llegada del pueblo judío a estas tierras, que viene de la mano del Arca de la Alianza junto a la estrategia de un doble matrimonio. Y es allí donde Israel adquiere su primera y principal identidad, si bien procede como pueblo del Cáucaso. Allí se encuentra Georgia. De ahí proviene la gloria del rey David, de Georgia, que la historiografía oficial ha hecho hijo de los reyes Jorge y Elena, y lo ha emparentado con el “Cristo” Andrónico Comneno; haciendo de Georgia, a su vez, la gran aliada de los nietos de Andrónico, Alejo y David, quienes fundan el Imperio de Trebisonda, en Anatolia, en nombre del Imperio Romano. En cierto modo, ellos son los artífices del Sello de Salomón, que unirá a todas las religiones de raíz hebraica con la cruz roja de Georgia, que a su vez es la de San Jorge y la del Templo de Salomón.

En el siglo trece oficial, tras este gran pacto, se inicia la Pax mongólica o tátara que la historia oficial asimila con la Ruta de la Seda. El pueblo judío protagoniza este episodio gozando de una posición privilegiada, desde sus inicios, asumiendo la responsabilidad de preservar el Sello de Salomón, el Arca, como una misión ideada por Dios, y nace, como pueblo renovado, en Occitania. 

El pueblo hebreo, según se deriva de este encaje histórico, proviene del entorno de Georgia y se extiende por toda la Tierra Santa, que incluye desde Egipto hasta el Mar Negro. Resultado de la paz sagrada, se instala en la forma de comunidad en lugares estratégicos como la Babilonia del Nilo, conocida por los árabes como El Cairo; así como en Natolia (Anatolia) y el este y el centro de Europa (los asquenazí); el sur de Europa Occidental, hasta Escocia, empezando por Narbona, en una expedición conocida con el nombre de los Exiliarcas de Babilonia; en el norte de África; y en Hierusalem, donde se rinde culto al primer gran soberano que habría logrado hacer posible la paz sagrada del Arca de Salomón: Gengis Kan. Es el Santo Sepulcro, y el lugar desde el cual, con el tiempo, Cristo y Mahoma (ecos de Gengis Kan) “ascendieron” a la eterna divinidad celestial.

El pueblo judío, cautivo (junto a otros pueblos), cambia de identidad. Su empresa está marcada por las leyes de una misión, pactada en el Arca de una Alianza global, cuya visión implica el establecimiento del orden, las leyes, de un Dios justo y benevolente que se debe obedecer, tal como ha quedado escrito en el libro del Deutoronomio de la Torah. Por esta razón, es autor principal de este proyecto de una paz mesiánica que, como se ha apuntado anteriormente, no es otra que el Arca de la Alianza de Salomón. Ellos construyen un texto sagrado de la expansión o éxodo de Egipto que extiende por todo el mundo conocido. Ellos representan al pueblo egipcio que reinicia la expansión de la ley de un solo Dios, y crean (o transcienden) el imaginario de Yahvé, el dios que dirige esta epopeya. La Torah narra y glorifica, desde entonces, las tablas de Moisés custodiadas por el Arca (de Salomón), y el proyecto de paz que transforma la cosmovisión global, siendo el puente al desarrollo de la civilización moderna que el pueblo judío nunca ha dejado de liderar. El Deutoronomio, el último libro de la Torah, resume este episodio, desde la llegada a Egipto hasta su posterior salida, camino a la Tierra Prometida. Allí se informa de las leyes de esta misión, que incluyen el no volver, y establecer en Canaán (que realmente significa la tierra del Kan) el poder de los reyes elegidos por Dios, de entre sus hermanos, para la gloria de Israel.

La historia oficial ha ubicado a Canaán (Israel) junto a Egipto, tras cruzar el Sinaí, hará miles de años. Pero según la Nueva Cronología de Fomenko y Nosovskiy se refiere a un proyecto, destinado a ocupar todo el mundo. Es decir, Israel es un proyecto y tiene una visión mesiánica alineada a una ley, que impregna el carácter de la comunidad judía. Y sus reyes forman parte de su pueblo, con lo cual se comprende que están intrínsecamente relacionados con los poderes monárquicos de Tierra Santa y de toda Europa. ¿De qué modo? Según la línea X-185, por un lado, como pueblo forman parte de la nobleza sacerdotal, funcionarial, intrínsecamente vinculada con los poderes imperiales provenientes del Gran Egipto. Por otro, forman parte del linaje del rey David (de Georgia), y, de un modo singular, del linaje de la Casa Imperial de Etiopía, descendiente de los reyes Salomón y Saba, a partir del cual (de un modo no reconocido por la historiografía oficial) trasladan su linaje a toda Europa, empezando por Provenza (los Anjou) y continuando por Barcelona y Montpelier (los Aragón). Por esta razón, el Reino de Jerusalén, desde el siglo trece oficial, se reparte entre los Anjou y los Aragón, hasta confluir bajo la autoridad del Rey de España, en el siglo dieciocho oficial, bajo una figura del linaje compartido: Felipe V de Borbón, Duque de Anjou y Rey de Aragón.

Moisés, el Arca, la paz sagrada y la Torah nacen conjuntamente, en el siglo quince real, no antes. Después vienen el resto de libros sagrados, la Biblia y el Corán, los dos últimos en torno a la autoridad imperial asociada a los grandes profetas, así como la Cábala y el Zohar, de la mano del judaísmo rabínico asentado en Aviñón y extendido por Occidente, destacando Catalunya y Provenza, hasta el norte de África. Su ejército, en este caso tutelado por una autoridad imperial, es el de la Orden del Templo de Salomón, antes de transformarse en la Orden de San Juan Bautista. Se dirige desde Aviñón (con sede en Sant Geli) y desde Rodas (en el Mar Egeo), y está asociado al garante del Arca de Salomón, el Preste Juan de las Indias, asentado en Etiopía, que realmente es el Alto Egipto, e incluye los territorios de la actual Nubia.

Desde Aviñón se crea una alianza tácita y pactada (europea) de los poderes imperial y sacerdotal bajo la protección de la paz sagrada, que bendice, también, a un cristianismo gnóstico asociado a la realeza, como también lo está el Krishna y el Buda, antes de convertirse en el Cristo mesiánico.

Judaísmo, islam, cristianismo, budismo e hinduismo, con todas sus derivaciones, emergen con fuerza desde el siglo quince después de Cristo, bajo el ideal original de la deidad imperial y sacerdotal egipcia, que alimenta también a la iconografía politeísta greco-romana antes de ser substituida por la iconografía judeo-cristiana actual. Emergen en un contexto de paz simbólica, que les permite institucionalizarse y difundirse. El proyecto, que nace en el Egipto persa, crea distintas tradiciones espirituales y durante cierto tiempo convive bajo el ideal de la iniciación mística y el culto a un doble imperio, el político o civil y el espiritual o simbólico, en que se impone la libertad de culto. Pero en los siglos dieciséis y diecisiete reales (los catorce y quince oficiales) entra en crisis, y es entonces cuando este orden, salomónico y tutelado por el Preste Juan desde el Alto Egipto, se substituye por un proyecto colonial bajo el ideal mesiánico, judío, de un Cristo, que se erige como un símbolo universal bajo la inspiración de Maimónides y el diseño sacerdotal de la nueva Roma, italiana y católica, del Vaticano, que substituye a la autoridad de Aviñón. Esta gran empresa da lugar a múltiples mutaciones y al imaginario del último rey de Israel, para de este modo atraer a la comunidad judía hacia un nuevo templo del pueblo de Dios. Por ello se inicia la reconstrucción integral de la historia, que transforma a Jesús en el Salvador, y se arma a la Compañía de Jesús para este fin, junto a un ingente ejército militar e inquisitorial. Todo ocurrió entonces, a lo largo de los siglos diecisiete y dieciocho, pero no fue capaz de unir la desunión creada. A cambio, creó el escenario de una irreconciliable fractura alrededor del nuevo templo de Jesús, que perdura hasta la actualidad.

Así pues, en el siglo quince real se crea la paz sagrada del Templo de Salomón, pero en el siglo diecisiete tambalea. Es un episodio que la historia oficial refleja en el siglo quince, con la caída de la Roma de Oriente y el inicio de la gloria de la de Occidente, la Roma italiana que reconstruye el Vaticano. En este instante histórico, tiene lugar un cambio radical de los poderes simbólico y terrenal, con consecuencias extraordinarias, hasta el punto de ser la razón del actual relato histórico oficial, que se reconstruye desde el siglo diecisiete y, muy especialmente, a lo largo del siglo dieciocho, completándose y reinterpretándose a lo largo de los siglos diecinueve y veinte. Aparece el Cristo mesiánico. Jesucristo se transforma en el último rey de Israel y en el fundador de una iglesia universal con sede, esta vez, en la Roma italiana. El último rey de Israel representa a la llegada del Rey Dios definitivo y, a su vez, es un mensaje dirigido a poner fin al Templo de Salomón, que desvincula desde entonces a los reyes con Dios, representando a un nuevo orden sagrado, una nueva ley. Antes de Roma, la sede principal es Babilonia (El Cairo), y las subsedes son Alejandría, así como Constantinopla y Trebisonda, en el mar Negro de Natolia, Damasco y demás grandes ciudades otomanas. Aviñón viene a ser una segunda Babilonia, y Hierusalem, la Meca y Medina son sedes de culto religioso, como lo es Santiago de Compostela en Occidente. 

De este modo, el judaísmo inicia un segundo éxodo, en este caso involuntario, para protegerse de la estigmatización de la que es objeto, y de la pérdida de su función funcionarial, de donde proceden su estatus y sus privilegios. En este instante, la Babilonia del Nilo es intervenida por los otomanos, ante el riesgo de escisión cristiano y judío, y se inicia la fractura definitiva entre las comunidades cristiana y mahometana. El Templo de Salomón se ve fracturado y se divide entre los poderes imperiales. Debido a los cambios del poder, los judíos son amenazados y se asientan en el resto de Europa y del mundo, refugiándose muchos de ellos en los territorios ortodoxos y otomanos, y otros muchos escondiendo sus creencias o incluso convirtiéndose a otras religiones.

Desde entonces, los pueblos del mundo se reordenan, algunos de ellos se ocupan y se sacrifican, y con ellos mutan los brazos sacerdotales y el significado religioso, con distintos grados de convivencia. Pero, con el debilitamiento del Templo de Salomón, en los siglos diecisiete y dieciocho, el pueblo judío, cuya misión era difundir la voluntad de Dios en base a unas leyes que se debían cumplir, sin nación propia, tiene que buscar refugio. Con el tiempo, pasa de ser una comunidad fiel a la lucha de un ideal labrado por un Dios justo, soberano y piadoso, a ser un pueblo unido a una Tierra Santa, Jerusalén, que lo une a su origen y tradición, junto a las comunidades cristiana y musulmana o mahometana. Por esta razón, y no por otra, Europa toma el control de Egipto y Tierra Santa, aliada con los otomanos, en el siglo diecinueve, y es entonces cuando el sionismo político emerge con fuerza. Los hechos de la Primera y Segunda Guerra Mundial, y la posterior fundación del Estado de Israel, en 1948, labrada en el seno de las Naciones Unidas, que aparecen bajo el paraguas de las naciones aliadas vencedoras de la segunda gran guerra, forman parte de los últimos capítulos de esta epopeya.

Esta reconstrucción del mapa cronológico, por tanto, permite enlazar la vitalidad del pueblo judío medieval con los hechos de los siglos diecinueve y veinte, siendo el dieciocho el siglo de su disolución histórica. Por esta razón, el sionismo moderno y la Cruz Roja y de la Media Luna nacen en el siglo diecinueve, siendo proyectos herederos del espíritu mesiánico del Arca que se fractura entre los siglos diecisiete y dieciocho. El proyecto del Arca fracturada se reconstruye, en copias que compiten entre sí.

La francmasonería, que nace al inicio del siglo dieciocho, es un espacio mutado del Templo de Salomón, y en él se asocia el grado de la perfección con la ceremonia del Arco Real, que hace referencia al Templo y al arcoíris que, según la narrativa del Arca de Noé, simboliza a la alianza entre Dios y la humanidad tras el gran diluvio. Este Arco une dos columnas, que hacen referencia al acceso del Templo de Salomón (y a los dos poderes del Imperio, de Oriente y de Occidente), y la leyenda de la ceremonia se sitúa en el episodio bíblico del retorno del éxodo de Babilonia. En él se indica que tres reyes o sabios vuelven a Jerusalén a buscar las ruinas del Templo (Domènech Gómez, 2017; Wilmshurst, 2013), siendo en realidad una metáfora de los Tres Reyes Magos de Oriente, que también simbolizan al culto a un templo, en este caso el del niño Jesús. Se trata de un rito iniciático, que conmemora el proyecto de reconstruir el Templo perdido, y dialoga con la tradición cabalística y la cristiana.

Por otro lado, en Roma aparece el proyecto de un Papa universal con sede en el Vaticano, que honora a sus raíces egipcias y hace de Roma un nuevo ideal, sustituyendo la autoridad del Preste Juan de Etiopía y apropiándose de sus símbolos. El espacio mutado es el Templo de Salomón en nombre del Mesías, y este bloque acaba creando, desde Barcelona, París y Roma, la Compañía de Jesús, con el lema IHS, que significa “Iesus Humilis Societas” (Compañía Humilde de Jesús); “Iesus Hominum Salvator” (Jesús, Salvador del Hombre); y “In hoc signo [vinces]” (Con este signo [vencerás]), entre los años 1719 y 1725 reales (los 1534 y 1540 oficiales), coincidiendo con las negociaciones de paz de toda Europa que acaban con el Tratado de Viena de 1725. Después de décadas de luchas entre alianzas imperiales cristianas, que lideran un pulso por el control de la Orden del Templo, y entre mahometanos y cristianos, por el control de la Tierra Santa o su imperio original, se establece un nuevo orden mundial, en el que el ideal de un templo sagrado para la paz mesiánica universal tiene otro significado.

Tal y como documenta Isaac Newton (1733) y constata la Cronología X-185, este último episodio tiene su relato sagrado en el libro del Apocalipsis o profecía de Juan. En él se transcribe, de forma literal al tiempo que parabólica, toda la historia real, sagrada, de una epopeya de apenas cuatro siglos proféticos, desde el trece al diecisiete reales. Entonces, y no antes, se reconstruye la historia y sus símbolos, incluyendo las genealogías, los documentos y las crónicas que hoy en día se consideran reales y ocupan espacios preferentes en las librerías y en las mentes eruditas.

 

La historia revelada: los tres templos de la paz sagrada

La evolución de la civilización humana alrededor de la génesis que tiene lugar en el imperio original de Egipto, que la historia transforma en una extensa crónica dilatada, se estructura en tres etapas claramente diferenciadas, que representan a los hechos de los siglos doce al veintiuno reales. Cada etapa se corresponde con un Templo a la paz sagrada, en que el primero es el de la Atlántida (o Troya), el segundo el de Salomón, y el tercero el de la Nueva Jerusalén profetizada en el Apocalipsis bíblico de Juan.

1r. Templo: El primer templo es, en el imaginario histórico oficial, la Atlántida, antes de “inundarse”, es decir, desaparecer como templo, con el “diluvio universal”, de Noé. A su vez, la ciudad principal está representada por Troya, antes de ser destruida. Todas estas leyendas nos hablan de la misma historia. Troya representa a la capital del imperio antiguo, y en ese entonces (cuando se destruye) se comprende en el lugar donde está la actual Estambul, o Constantinopla. Pero en realidad es el templo del gran Egipto, que ha sembrado desde allí un imperio o gran cosmovisión con múltiples deidades. Allí se encuentra su verdadero poder, que se inicia entre los siglos doce y trece reales y se mantiene hasta que debe compartir su autoridad junto a la que se ha erigido a su alrededor, resultado de una lucha que tiene lugar entre los siglos catorce y quince reales. En la tradición egipcia, este episodio es el del mito de Osiris, cuyo hijo Horus resucita tras ser vencido por su hermano Seth, en la forma de un solo Dios. Bajo su yugo, a lo largo de estos siglos fructíferos, se expande un imperialismo civilizatorio monumental, desde el cual se construyen grandes colonias y empresas o expediciones exploratorias, que reparten y comparten símbolos y el culto a los templos piramidales. El firmamento, con sus 12 constelaciones, es su máxima representación simbólica. Es la etapa que la historiografía oficial, en un exceso de idolatría, ha transformado en tres o cuatro mil años, desde los tiempos de Mesopotamia hasta la oficialidad del imperio cristiano en la gran Roma italiana. A su vez, en el imaginario apocalíptico, la gran lucha de Horus está reflejada en la empresa de los cuatro jinetes del Apocalipsis, que representan la expansión del imperio hasta los cuatro puntos cardinales, y la cruz cristiana. Tras esta lucha se impone un solo Dios, soberano, y se inicia el periplo del éxodo egipcio bíblico, y el de Troya, según la mitificada historia antigua.

2o. Templo: Después de la inundación de la Atlántida, del gran diluvio de Noé y de la destrucción de Troya empieza una nueva era. Empieza el Reino de un solo Dios y con él se impone una nueva ley, tras el culto diversificado y politeísta previo. Es el Reino que el séptimo ángel anuncia según el Apocalipsis (cap. 11), justo antes de la aparición del templo de Dios, resultado del Arca de la Alianza. Todo es la misma historia, que es también la de la resurrección del dios Horus, y la de Cristo, Buda y Krishna. El Arca, según indica la Nueva Cronología de Fomenko y Nosovskiy, tiene lugar en el siglo quince, y apunta al año 1486. Según la línea X-185, que toma de referencia el libro del Apocalipsis y la obra equivalente de Isaac Newton (1733), tiene lugar en el imaginario equivalente del año 1260 oficial, pero en realidad debe comprenderse en el siglo quince. La lucha es la de los mongoles (los turcos) y los poderes de Grecia, junto a la de los mamelucos, que invaden Egipto. En este escenario, la ciudad de Dios pasa a ser Babilonia, en Egipto, pero (de acuerdo con la narración de la Torre de Babel) Dios obliga a la humanidad a renunciar a crear un solo imperio con una sola lengua, y a reconocer al resto de pueblos, naciones y reyes. El pueblo judío original, del linaje del Rey David (el Gengis Kan), ocupa Egipto junto a otros pueblos y los gitanos (los soldados indios que vienen con el Kan mongol y pasan a tomar la Tierra Santa, en nombre de los mamelucos). Son los pueblos nómadas, hebreos, que salen de allí en la forma de 12 tribus, que substituyen a las 12 constelaciones. Una de ellas es el pueblo judío, que sale de Egipto reforzado, convertido en un brazo del nuevo imperio, con su proyecto de reconstrucción de Europa. Resultado de esta lucha, en la que tres reyes de oriente someten a Egipto, en el Alto Egipto (Nubia y Abisinia, o Etiopía) se crea un Reino salomónico, resultado de una alianza entre Oriente y Occidente (griegos y mongoles) en donde se rinde culto a esta Alianza y se implanta un nuevo linaje, que pasa a gobernar simbólicamente al nuevo Templo de Dios. Es la Casa de Salomón: el Preste Juan de las Indias. En esta gran transición, se realiza la primera gran manipulación cronológica, con el afán de construir una cosmovisión universal y eterna de esta nueva realidad. Troya se convierte en Constantinopla (honrando a su constancia) y aparece el Santo Sepulcro en Hierusalem, en Palestina, que honra a Gengis Kan (la génesis de Jesús y de Mahoma) junto con la Meca y Medina. En todas ellas se rinde culto al emperador que labró el imperio y al Arca. La roca sagrada del monte Moriah (en Jerusalén) honra a la fundación del nuevo Templo, donde (según el libro del Génesis) Dios mandó a Abraham sacrificar a su hijo. En cambio, en Aviñón se honora a la figura de la reina María Magdalena, haciéndola un icono asimilable a la Madre de Dios y a Isis (la madre de Horus). Pero el Templo evoluciona y se mantiene hasta que se resquebraja la paz en el corazón del imperio, a lo largo de los siglos diecisiete y dieciocho, resultado de la competencia política, económica y simbólica, en todos los sentidos. Como resultado, desde Europa se propone una unificación de los poderes simbólicos que resultan ser más poderosos para el control de las conciencias, alrededor de un profeta principal mesiánico que sirva de guía. Jesús y Mahoma enaltecen. Roma toma la iniciativa de Babilonia. Italia substituye a Egipto, y el Papa de Roma al Preste Juan de las Indias. Jesús, convertido en el Mesías, sustituye al Templo de Salomón con otra alianza simbólica: la Santa Cena y la alianza de Cristo con los doce apóstoles, que substituyen a las 12 tribus de Israel. El Apocalipsis bíblico es explícito: Babilonia ha sido destruida, y la lucha de Dios continuará hasta que llegue una nueva Jerusalén, que significa “paz sagrada”, en nombre del ángel de Jesús. Juan nos da testimonio de ello, en este libro, siendo en realidad el eco oculto del Preste Juan, que ha perdido su autoridad, pero, a cambio, deja escrita esta “revelación”, para que pueda ser descodificada. Él bendice a Cristo como el Mesías y el Nuevo Testamento crea para él la figura de Juan el Bautista, que acaba decapitado, como el cordero degollado del Apocalipsis, que es quien abre los siete sellos del libro apocalíptico.

3r. Templo: Resultado de la crisis del Templo salomónico se diseña otro gran pacto entre Dios y la humanidad, que esta vez es redimida. Es un proyecto, como el anterior, que no acaba como se desea inicialmente. Primero es un proyecto papal que se llama Nueva Jerusalén pero se representa en Roma (y en Moscú, en el Kremlin, la nueva Roma), y ahora es el proyecto de las Naciones Unidas, con el Estado de Israel en Tierra Santa. Nace y evoluciona en gran medida en la tierra occitana (que llega hasta Ginebra, Suiza), resultado de una purga simbólica que afecta a los cátaros, los judíos y los templarios, todos ellos herederos del Templo de Salomón, y que luego enfrenta a los cristianos contra los mahometanos en Iberia y el norte de África, mientras un conflicto equivalente se desarrolla en el este europeo. El proyecto del gran Israel se tambalea. Por esto se crea un nuevo Templo, que fracasa en su misión global, pero sienta las bases de la colonización y el actual mapa cronológico, e histórico, que termina absorbiendo a todos los calendarios místicos (con pasados ​​simbólicos). Su autor principal es la Compañía de Jesús, que se implanta en todos los imperios y, bajo la autoridad suprema del nuevo Gran Kan espiritual, el Papa de Roma, impone la nueva ley de la palabra de Dios a través de su hijo Jesús. Bajo su yugo, los pueblos y tradiciones mutan, y los que no lo hacen son destruidos y/o estigmatizados, destacando el impacto que ejerce ante los judíos y los gitanos, que quedan desubicados y se ven obligados a migrar. Pero el proyecto se fractura al poco de empezar. El Vaticano y los jesuitas son desautorizados, en media Europa y en el resto de imperios, si bien el proyecto es imperial, y cuenta con el apoyo de poderosos ejércitos, de modo que resisten en Europa, notoriamente debilitados. Ante semejante derrota, sin embargo, la empresa de Napoleón se enfoca a reconstruir el Templo perdido, el salomónico, pero también fracasa y con ello reescribe de nuevo la historia, de un modo similar al proyecto fascista de la II Guerra Mundial, que desea reconstruir el Templo atlántico y el mesiánico. Resultado de esta gran inestabilidad, rápidamente se desmantelan los recién creados Imperio Español, Sacro Imperio Romano Germánico y República de Génova (cuyo poder original recae en el de la Orden del Templo de Salomón), e Italia se fractura junto con la autoridad del catolicismo, que se ve obligado a renunciar a parte de sus privilegios y propiedades. Suiza y la Francmasonería toman vigor.

A lo largo del siglo diecinueve se recomponen los poderes, los Estados Pontificios desaparecen y el Papa se hace más débil, mientras se reaviva la Casa Imperial etíope y el sionismo político judío. Aparece la Cruz Roja y de la Media Luna en Ginebra, la nueva Génova. A su vez, el régimen capitalista colonial crea una sociedad desigual, y emergen el comunismo y grandes revoluciones sociales. La Primera Guerra Mundial es un aviso para los poderes imperiales herederos del segundo Templo, que se ven todos ellos debilitados, en especial el ruso, el chino, el otomano y el alemán. Turquía y Grecia se dividen, siendo ésta una fractura cruel, que acaba con el genocidio armenio y una hostilidad equivalente con el pueblo kurdo, mientras Rusia y China abrazan el comunismo tras las agresiones y el colapso del proyecto colonial. Alemania es condenada por la Sociedad de Naciones victoriosa (el germen de las Naciones Unidas) a una gran condena económica y a la humillación política. Asimismo, se asienta la raíz del nuevo Israel, bajo el protectorado inglés.

El Sacro Imperio Romano Germánico y el Papa, sin embargo, desean resurgir, instados por una gloriosa historia que, en realidad, ha sido adulterada. El fascismo, el nazismo y el catolicismo se levantan en Alemania, Italia y España, y, junto a Japón, se construye un contrapoder. La Segunda Guerra Mundial es el intento de reponer un poder al modelo imperial, al estilo del primer Templo y bajo el ideal del proyecto católico del tercero, a costa de los pueblos y naciones que representan al segundo Templo y aún sobreviven, y a costa de la libertad de conciencia. Por esta razón, Japón invade Manchuria y desde Italia se invade Etiopía y se destruye a la Casa imperial de los reyes Salomón y Saba, mientras que en Grecia y en España el fascismo toma el poder al republicanismo. En Alemania, el nazismo somete a los judíos, a los gitanos y luego a otras naciones hermanas, hasta que estalla la “gran guerra”. Pero el proyecto de un nuevo orden imperial fracasa nuevamente, y en su lugar aparece Israel como una nación estratégica que no renuncia a rehacer el Templo de la sabiduría y de la paz, en nombre de un tercer templo alternativo con una renovada visión mesiánica, de la mano de las Naciones Unidas. A su vez, se convierte en el refugio del pueblo judío, que necesita disponer de una nación para dejar de sufrir su condición estigmatizada.

Pero empieza la Guerra Fría y Oriente no lo ve con buenos ojos. El sacrificio ruso, chino, árabe y otomano, tras las incursiones inglesa y francesa de los últimos dos siglos, y de una larga lista de desprecios acumulados por parte del bloque cristiano europeo, en especial el católico, hace que la paz de la postguerra se encuentre en crisis y en desunión. El pueblo judío (y en menor medida el gitano), se recuperan de las heridas del genocidio, desde diferentes posiciones de poder. El Papa recapacita y acepta la diversidad religiosa, en el Concilio Vaticano Segundo de 1959 a 1965. Se acumulan muchas heridas y el nuevo escenario nace hostil y se mantiene inestable hasta la actualidad, resultado del sistema político, económico y simbólico imperfecto que entre todos y a lo largo de múltiples generaciones hemos creado. La construcción de la historia oficial, a medida de un proyecto cristiano que rompe con el valor de la comunión imperial egipcia (a diferencia de la tradición judía), no facilita esta reconciliación. Pero, sobre todo, no lo facilita la construcción de los poderes simbólicos y su constante mutación, manipulando la realidad histórica, en la medida en que se han convertido en instrumentos de un poder que ha abusado de ellos, enfrentando a los pueblos entre sí.

 

Las consecuencias de la manipulación de la historia bíblica

Resultado de la creación artificial de un pasado remoto han aparecido múltiples anacronismos y contradicciones, que han creado misterios en la conciencia histórica y han alimentado la imaginación. Pero ante la disyuntiva de tener que elegir entre la manipulación (y explorar su fundamento lógico) y el relato oficial, tanto el público general como la comunidad académica opta por avalar la historia y sus calendarios.

Pese a no existir debate alguno al respecto, la evidencia de las duplicidades existentes entre los poderes del Papa de Roma y del Preste Juan de las Indias son claras. Ambos son pastores cristianos cuya autoridad sobrepasa a la de los grandes monarcas y emperadores, y parece ser que conviven ejerciendo sus funciones durante la larga etapa que cubre al Imperio Romano y a toda la Edad Media. Mil quinientos años. El primero tiene su raíz en el apóstol San Pedro, y el segundo en Juan, de quien se piensa pudiera ser el apóstol San Juan. El primero se ubica en la Roma italiana, y el segundo en Etiopía, en dónde se encuentra la primera iglesia cristiana organizada, la copta, es decir la egipcia, y el Arca de la Alianza de Salomón. Pero la ausencia de vínculos documentados entre ambos, o, mejor dicho, aceptados por la historiografía (pese a múltiples evidencias existentes entre sus símbolos y su rol cristiano), impide razonar si se trata del mismo personaje. En su lugar, la historia moderna ha construido para el Preste un capítulo menor, en el que se lo relaciona con la fantasía medieval, y todos los académicos se unen a esta idea. De este modo, se tolera el misterio de los quince siglos de existencia de la autoridad euroasiática y norteafricana del Preste Juan, y a nadie sorprende que desaparezca justamente cuando el Papa de Roma se declara “Pastor universal de toda la Iglesia”, en el año 1563 oficial (como resultado del Concilio de Trento). Es decir, a nadie le despierta la curiosidad la evidencia lógica que existe entre la coincidencia del enaltecimiento del Papa y el fin de la autoridad, de la existencia y de todo rastro del Preste. Pero esto no es todo. De hecho, alrededor de éste personaje se articula la idea de la expansión del cristianismo por Asia, a través del apóstol Tomás, a quien los evangelios describen como el gemelo de Jesús, y con los tres Reyes Magos, a los que se los hace familia. Sin embargo, como ocurre en todo lo concerniente con los hechos bíblicos, no existe resto arqueológico ni documental alguno que lo corrobore, con lo cual ha pasado a formar parte de los libros de las leyendas antiguas. Pero, en cambio, si se desplaza la atención a más de mil años en adelante, existe una crónica que la historiografía ha aceptado y nos habla de él de un modo innegable. Se trata de las gestas de Gengis Kan, quien se considera el primer gran gobernante de Asia, de quien se dice que dejó sus descendientes al cargo de la Casa Imperial China, y de ser el hijo o el nieto del Preste Juan de las Indias, descendiente de los Reyes Magos, a quien se le asimila como el rey de los judíos llamado David. Los hechos se sitúan en el siglo trece oficial, y coinciden con las empresas de las cruzadas de los llamados templarios (de la Orden del Templo de Salomón), con quienes se alían. Es decir, los ejércitos mongoles y los cristianos luchan juntos, contra el mismo enemigo, en Oriente Medio, y el nombre de Salomón los une con Etiopía, donde se encuentran el Preste y su Alianza. Y, además, es en el año 1270, en plena epopeya mongol, cuando aparece oficialmente el linaje de la Casa Imperial de Etiopía que se declara descendiente de los reyes Salomón y Saba, tras la ocupación de Egipto por parte de los mamelucos (que se convertirán en los sultanes de Babilonia) y cuando nace el Imperio Otomano. Para quien no esté informado de ello, resaltar que Babilonia significa “la puerta de Dios” y los mapas medievales la sitúan en El Cairo (cuyo significado es el apodo con el se la conocía en árabe, Al-Qāhira, que significa “la fuerte”, “la victoriosa”) (Pujades i Bataller, 2007). Por otro lado, decir que el origen oficial del Imperio Otomano es el Imperio Mongol, el mismo que dijo lideraba Gengis Kan como rey de los judíos. Pero todo este episodio, pese a toda la jerga bíblica que le acompaña (Reyes Magos, los apóstoles Pedro, Juan y Tomás, el Rey David, el Templo de Salomón, Babilonia…), también se considera poco o nada importante. La Biblia se mantiene firme en la concepción histórica y temporal que se le atribuye desde la iglesia cristiana, el islam y el judaísmo, y que corroboran todos los calendarios del mundo. Y a nadie se le ocurre la idea de que en determinado momento pudieran ponerse de acuerdo para trasladarlo todo al pasado. La simple idea de que detrás de estos estamentos religiosos esté la mano de la manipulación colectiva del pasado resulta, según como, ofensiva, y a nadie se le ocurre (o se atreve) vincular el fin del poder bíblico de la misteriosa ciudad de Babilonia, que profesa el libro del Apocalipsis de Juan, con el fin del Preste Juan.

Este tema es capital en la reconstrucción de la historia según la Cronología X-185. Para quien tenga todavía dudas de la robustez de estas evidencias aquí apenas mencionadas, resaltar que dicho Preste convive con un elemento esencial de la tradición judeocristiana, el Arca de Salomón, y ostenta, en los mapas medievales, los símbolos que se atribuyen al Papa: el báculo, la tiara con las tres coronas y la triple cruz papal. Es decir, se muestra como tal, pese a la robusta historia cristiana medieval que da todos los poderes al Papa de Roma. Pero nadie se acuerda del Papa romano en los mapas. No aparece en ninguno de ellos.

Tales y tan excepcionales coincidencias deberían de despertar la atención de la conciencia colectiva, pero los historiadores, a quienes damos autoridad, las descartan por ilógicas sencillamente porque el constructo histórico consensuado no lo permite. La idea de encontrar en el siglo trece oficial (“después de Cristo”) la clave de la historia de una Alianza entre Dios y la humanidad, como lo es el Arca de la Alianza, parece descabellada, del mismo modo que lo es la de que este episodio esté relacionado con la autoridad del Preste, antes de que ésta se trasladase a Roma en un determinado momento, y con ella sus símbolos. Nadie lo investiga, porque existe una explicación que permite que la incredulidad académica no lo tome en cuenta: “el Preste fue un fruto de la imaginación cristiana de la época”. La imaginación, cuando conviene, es la causante de los misterios medievales, que “no tienen importancia”, según parece, porque la certeza está en la historia oficial y en la Biblia. De este modo, se descarta la duda, se coarta la curiosidad que podría darle significado y no se avanza en sus fundamentos lógicos.

Pero las singularidades bíblicas medievales no terminan aquí. Por un lado, destaca el misterioso episodio de la Orden del Templo de Salomón y sus vínculos con la extraordinaria expansión de la República de Génova hasta el corazón del Imperio Romano de Oriente, con quien se establece una fructífera alianza que se inicia en el siglo trece oficial y se alarga hasta el siglo quince, precisamente cuando aparece el linaje salomónico en Etiopía. Es decir, ¿tiene algo que ver la aparición de esta orden con Génova y con la recién creada Casa etíope de Salomón? Visto así tiene lógica, más cuando Génova y los templarios comparten poder y emblema, la cruz roja, pero la historia oficial nos desvincula los hechos. Nos dice que los templarios desaparecen justo cuando emergen los genoveses, y absolutamente nada los relaciona con el Preste. Una vez más, la opción de una manipulación temporal y documental se descarta. Por otro lado, resalta la evidencia de la existencia de dos Babilonias, una antigua que no se sabe bien dónde está pero se ubica en Mesopotamia y otra que es el nombre medieval de El Cairo, la capital de Egipto, en la que en diversos mapas medievales se identifica una gran torre, como si de la Torre de Babel se tratase (Pujades i Bataller, 2007). ¿Podría ser que Babilonia apunte a Persia pero cuya gran ciudad se deba comprender en Egipto, y todo ello esté relacionado con la invasión de Egipto por parte de los persas, de tiempos de antes de los hechos del gran Alejandro Magno? Evidentemente, relacionarlo con el siglo trece oficial no es una opción razonable; los hechos están separados por casi dos mil años. Por las razones descritas, todas estas lógicas relaciones se descartan rápidamente ante el implacable calendario, anulando toda posibilidad de iniciar cualquier línea de investigación al respecto.

Llegado a este punto, entra en escena el pueblo de Israel. ¿De dónde procede su autoridad? Existe, se mire como se mire, un evidente anacronismo. Por un lado, está el reino bíblico del cual no se conservan restos arqueológicos coherentes, acordes con casi mil años de existencia. Por otro, está la innegable autoridad medieval del pueblo judío en ciertas monarquías cristianas, en la que destaca la del rey de Aragón, y las raíces establecidas en las llamadas coronas de Castilla y de Aragón, en las que florece la comunidad conocida como sefardí (cuyo nombre procede de Sefarad, la denominación judía de la península ibérica), que constituye la principal presencia documentada de judíos de la historia, junto con la otra raíz medieval, la comunidad denominada asquenazí, que se encuentra en el este y el centro de Europa. En este sentido, se puede afirmar que hay dos realidades judías, una según la Biblia y otra según la documentación histórica medieval, que ponen en evidencia un implacable vacío histórico de aproximadamente mil años entre ellos. Pero a ello, como a todo lo dudoso, se le da un encaje histórico que a nadie extraña, salvo, quizás, a algunos judíos intrigados en la reconstrucción de sus raíces.

Sin embargo, tal como aquí se enfatiza y se documenta, los vacíos que rodean a la misteriosa autoridad simbólica del pueblo hebreo (del cual procede el pueblo judío) son el resultado de una historia adulterada escrita a posteriori, en la que había que borrar el rastro de esta comunidad, vinculada a la orden de un imperio anterior, que tiene que ver con Egipto y Babilonia, pero no en el sentido que le da la narrativa oficial. Tiene que ver con una historia reciente, que se debe comprender en el espacio temporal del imaginario medieval, que se ha enviado al pasado sin haber sido capaz de borrar el rastro documental judío medieval, debido a la perseverancia de su identidad. Por esta razón, a su alrededor se encuentran múltiples anacronismos y notables interrogantes. La historia del "pueblo de Dios", asociada a los hebreos del Canaán bíblico y sus descendientes judíos, ha dejado manifestaciones de notables incoherencias sorprendentes. Después de haber sido un pueblo "bendecido", de acuerdo con los textos sagrados, habría sido sometido a la autoridad política de los egipcios, los babilónicos, los griegos y de los romanos, y luego a la de los cristianos y a la de los mahometanos en nombre del mismo Dios. Incluso, habría persistido a las purgas religiosas entre cristianos, entre mahometanos y entre cristianos y mahometanos, sin reconocer las autoridades simbólicas de Jesús y Mahoma en el grado y el significado que las respectivas cortes sacerdotales les han otorgado. Y esto cuesta mucho de aceptar. No tiene sentido que por el camino desaparezcan tantos imperios, con sus símbolos y sus iconos, por la defensa de creencias opuestas, y el pueblo del extinto Reino de Israel persista al orden político y sacerdotal dominante, que le es ajeno. Y todavía tiene menos sentido atendiendo a la autoridad que adquieren en la Edad Media, si según la Biblia cristiana fueron ellos quienes enviaron a Cristo a su martirio, tras (según parece) despreciarlo. Por otro lado, se los reconoce líderes de los ámbitos de la astronomía, la cartografía, la medicina, el derecho, la filosofía, la mística, etcétera, como de si el pueblo griego se tratase, pero en tiempos de la Edad Media. Y, a su vez, se los identifica asumiendo funciones estructurales para el buen gobierno y el funcionamiento de la sociedad como lo son las finanzas, el comercio o la administración documental, las traducciones de obras en varios idiomas, llegando a ejercer altos cargos de la gestión patrimonial de los reyes, como ocurrió en la llamada Corona de Aragón, hasta el descubrimiento de América. Y todo ello sin -oficialmente- disponer de una nación propia, y manteniendo una religión diferente a la defendida por los papas, reyes, condes y emperadores, califas y sultanes del mundo. Resulta evidente, por tanto, que se trata de una historia sin suficiente lógica, ni sentido ni coherencia interna, salvo que se tome seriamente en cuenta la reconstrucción realizada por la línea X-185 de la Nueva Cronología.

A este espacio conceptual anacrónico, a su vez, se le añade el caso de los radhanitas, los comerciantes judíos que, según afirma la historia oficial, mantuvieron las rutas comerciales iniciadas en tiempos del Imperio Romano a lo largo de los años 600 y 1000 después de Cristo. El Libro de Rutas y Reinos, de Ibn Khordadbeh (Bareket, 2002), que se estima se escribe el año 870 oficial, informa con detalle de los recorridos principales de sus rutas comerciales, y de cómo éstas cubrían todo el Mediterráneo, el centro de Europa y Asia, llegando a las puertas de Japón por tierra y por mar, con una especial intensidad en la zona del Roine, en la Provenza medieval, y en Tierra Santa. El libro no encaja con la lógica de unos imperios cristianos tutelados por el Papa de Roma, que entienden a Cristo como el último rey de Israel y al cristianismo como la superación del judaísmo por orden y voluntad de Dios. Pero, en cambio, encajaría con la conocida Ruta de la Seda, que aparece en el siglo trece oficial, tras la expansión mongol y la alianza genovesa y bizantina, si bien para ello se ha creado el mito de Marco Polo. En este contexto tiene sentido, más aún cuando se dice que Gengis Kan fue el rey de los judíos, pero es imposible seguir este hilo si los hechos, oficialmente, no son contemporáneos ¿Dónde está, pues, la lógica? La manipulación del mapa cronológico tiene la respuesta.

El libro de los radhanitas nos habla de un escenario real, que está desubicado en el tiempo pero la historia oficial lo tolera, porque no le queda otro remedio. De este modo, rellena el cajón de los interrogantes que acompañan a la duda de las raíces de una autoridad judía que ha persistido a múltiples cambios de poder y persecuciones.

 

Bibliografía citada

Bareket, E. (2002). "Rādhānites". En Medieval Jewish Civilization: An Encyclopedia, pp. 558-561. Londres: Routledge.

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Domènech Gómez, J. L. (2017). Logia de Perfección: Grados inefables del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Oviedo (España): Editorial Masonica.es.

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Wilmshurst, W. L. (2013). El Santo Arco Real de Jerusalén. Oviedo (España): Editorial Masonica.es.

 

Dedicado a M. F.